Resulta que el otro día en lengua tuvimos que hacer un cuento, el que queramos. Se me dio por hacer algo medio tétrico, y el profesor me dijo que lo pase a la computadora, por lo que aprovecho para dejarlo aquí.
--------------------------------------------------------------------------------
Me desperté
solo. Lo único perceptible en el ambiente era el incesante silencio que se
cernía sobre la habitación. Entorné los ojos, pero aún así era imposible
percatarse de algo en la oscuridad. El pánico comenzó a tomar posesión de mi
cuerpo; el sonido rítmico de mi corazón al palpitar sólo lograba impacientarme
más.
Atiné a
levantarme, pero me encontraba demasiado desorientado tendido sobre la
putrefacta superficie de la cama como para ponerme de pie. Al cabo de unos
minutos, logré estabilizarme. La cabeza me daba vueltas y el sudor corría sobre
mi frente en gélidas gotas.
Me acerqué a
lo que parecía un pequeño halo de luz tan fino como una aguja. Acuclillado,
pude discernir que era una cerradura. Extendí mis manos y palpé lo que parecía ser
una puerta carente de picaporte. Traté de forzarla, pero no cedió, y desplomado
sobre el suelo, cerré los ojos del cansancio y caí dormido en un sueño aún más
oscuro que las propias sombras que me rodeaban.
Abrí los
ojos, sobresaltado. El desconcierto se apoderaba de mí. Ahora me encontraba en
un pasillo que no parecía tener fin. El lugar estaba vacío, la humedad corroía las
paredes mientras luces lanzaban chispas y se apagaban repentinamente. Mis
músculos se tensaron.
Creí
vislumbrar algo moverse, como una deforme sobra desplazándose por los
escombros. Sacudí la cabeza, me encontraba aun más transpirado, se me erizaron
los pelos.
Comencé a
correr sin mirar atrás, buscando una salida. Había puertas a los costados,
puertas sin picaporte, puertas que no podían ser abiertas, pero el simple hecho
de desconocer lo que había detrás de ellas causaba un temor indescriptible.
Tropecé con
un muro que se había caído. La sangre brotaba de las heridas, y al rato se
secaba junto al sudor en una sustancia viscosa.
No notaba si
alucinaba, si todo se trataba de un sueño, por más real que luciera, pero vi a
la sombra, y esta vez iba tras mí.
Di todos mis
esfuerzos para escaparme, sentía una punzada al costado del abdomen, y
comenzaba a quedarme sin aire.
Por las
pocas veces que miré hacia atrás, pude distinguir a la figura como una manta
negra con lo que parecían ser cuatro extremidades moviéndose con velocidad.
Era
imposible advertir en qué lugar me encontraba, pero no aparentaba llegar a
ninguna parte por más que corriese en un intento de sobrevivir. Ya era tarde, y
en el momento que me planteaba dejar de luchar y dejar en manos del destino lo
que ocurriera, percibí un brillo metálico sobre una cara de madera. Sólo tendí
a acercarme lo más posible al final del pasillo, con mis últimas esperanzas aferradas
a mis sangrientas manos, que intentaban alcanzar el picaporte que lleve a quién
sabe dónde, pero no era tiempo de preocuparse sobre aquello.
El tiempo transcurría
lentamente, la “cosa” estaba cada vez más cerca. No me detuve en ningún momento,
como si por el mínimo detenimiento o vacilación todo iba a acabar.
Estaba por
rozar el metal. El contacto fue frío, como si nadie lo hubiese tocado durante
siglos, abandonado en aquel inhóspito sitio.
Abrí la
puerta, sin siquiera detenerme a pensar, sin siquiera dar un mínimo vistazo a
lo que se hallaba en el interior…
Y me lancé a
la oscuridad, y la oscuridad me recibió en sus lúgubres brazos.